Permitidme que comience este análisis de Burnout Paradise Remastered para Nintendo Switch recordando que hace 18 años vi un anuncio de un videojuego en el que un locutor comentaba que no les dejaban mostrar las imágenes del juego porque eran muy fuertes. Pero que iban a cumplir con explicar la esencia de aquel título. Unas manos salían por la ventanilla de dos coches que iban a comenzar una carrera. Una de ellas tenía una piña, que tiraba al coche real; la otra un litro de leche que derramaba al suelo. La locución daba la pista de lo que se escondía en la publicidad: “coches dándose piñas y echando leches”.
Dos años después Burnout, con Burnout 3: Takedown era… me gustaría decir que era mi juego de coches favorito de todos los tiempos. Pero es, posiblemente, el único juego de coches que me tatuaría en los glúteos. Por ello cuando salió a la venta Burnout Paradise en 2008 me faltaba el aire cual adolescente mirando a ídolo pop. Amo hacer takedowns, llamadme loco.
Burnout Paradise es un juego diferente. Y me costó pillarle el truco. Desde ya os digo que todas las cosas que odié al ponerlo hace doce años están en su versión para Switch. Acabo hasta las narices de la repetición constante del Paradise City de Guns & Roses, no soporto al locutor bandido y no me gusta que sea abierto. Sí, es original estar en un mundo abierto, le da un punto al mundo online poder robar coches a otros pilotos con los que te cruzas, hace gracia que vayas por un mapa parándote en semáforos y entrando así en movidas espectaculares. Los primeros detalles son, bueno, inevitables. No dejará de sonar la maldita canción y no dejará de importunarnos un locutor con voz de jovenzuelo en su edición doblada. El resto, me acostumbré hace 12 años y lo he vuelto a hacer, irremediablemente ahora.
Porque, si bien Burnout 3 era una maravilla espectacular sin igual, con pruebas cerradas que íbamos resolviendo una detrás de otra, con circuitos perfectamente diseñados para hacer el cabra, aquí tenemos un juego pensado más a lo grande, pero que en el fondo es exactamente lo mismo: que nos importe una mierda si vamos a carrera, a contrarreloj o a Takedowns. Aquí lo que importa es sembrar el caos sin repercusiones, echar unas risas y sentir el placer de hacer que otros coches se revienten contra un arcén en una cabriola espectacular. Por supuesto, como rezaba el anuncio de la segunda entrega, el contenido es duro. Pero es que es tremendamente divertido y todos sabemos que eso no se hace en casa, como también sabemos que no debemos ir a Marte cargados de arsenal láser para acabar con hordas de demonios de otra dimensión o invadir Polonia.
Ahora vamos con el apartado polémico. ¿Y todo esto se ve bien en una Nintendo Switch? Aquí estamos ante una dura prueba. Porque estamos hablando de un juego de hace 8 años que en su edición remasterizada tenía algunas texturas y resolución de más, pero ahí se quedaba. Sin embargo, la respuesta es sencilla: ¿A quién le importa si el juego se ve bien? ¿Crees que tendrás tiempo de admirar paisajes, resolución o la finura del antiliasing mientras intentas desmorrar a tus rivales contra una pared para que queden completamente espachurrados mientras controlas un coche a más de 200 kilómetros por hora metiéndole todo el turno que da el motor? ¿De verdad? Os podemos decir que tranquilos, esta vez el port ha caído del lado bueno y en texturas y framerate a 60fps funciona sin problemas tanto en modo portátil como en dock.
Pues sí, el juego no es que se vea nuevo, ni mucho menos. Y tiene todas esas cosas molonas que no aportan nada a la “trama” como incluir logros para subir de nivel, movidas secretas como la de conseguir atravesar todos los carteles del juego que encontremos, toda una colección de coches que desbloquear y talleres que visitar, además de todos los contenidos descargables, tal y como en las versiones de PS4 y Xbox One.
Pero todo, todo eso, incluso Axel Rose cantando una y otra vez la misma maldita canción, con su voz chillona, nasal y repetitiva, se pasa a la primera piña que te das y al primer takedown que das tú para dejar el coche rival listo para el desguace. Es la magia de los videojuegos. Que quieras o no, cuando algo es divertido, es eternamente divertido. Y en Burnout hay mucho de diversión primigenia.
De verdad, de rodillas, puestos a recuperar un juego de Criterion que no sea Burnout 3: Takedown, al que no se le reza lo suficiente (o, ahora que recuerdo, que no sea Black, otra maldita joya), no está mal que tengamos delante de nuestras narices Burnout Paradise. Es, digamos, el principio y el fin de la saga de Criterion como producto EA. Es como el último intento de hacer algo a la vieja usanza pero con los nuevos dineros. Bueno, al menos mantenía su esencia y no era un Need for Speed. Pues eso, que lo disfrutéis, que merece la pena.
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